miércoles, 24 de octubre de 2012

Por mí, encantada. Estaba por sugerírtelo


Por mí, encantada. Estaba por sugerírtelo... —repliqué con ademán desinhibido, intentando mostrarme moderna y desenvuelta, escondiendo el nerviosismo y la ansiedad.
Durante un largo rato seguimos hablando, tocando diferentes temas. Así me enteré que acababa de cumplir los veintinueve años. Aunque lo intenté, no logré hacer que hablara nada más sobre su familia.
Cuando llegó la hora de cenar, Pablo me invitó al coche comedor. Al ponernos en movimiento, me tomó del brazo y así atravesamos los pasillos de los otros vagones.

Comimos frugalmente, casi en silencio, sin dejar de observarnos con cierta discreción. Su manera de comer, con indiscutible refinamiento, me hizo recordar al famoso dicho: «El mejor lugar para conocer a un verdadero caballero, culto y mundano, es en la mesa». Era la primera vez que me sentía a gusto junto a un hombre. Además, era como tener la propia esencia de Miguel junto a mí.

No obstante, algo me roía por dentro. Era una sensación mezcla de miedo e incertidumbre. Tenía la sospecha de que, muy pronto, el secreto de mis sueños y de mis pesadillas al fin iba a ser descubierto. Sí, en ese momento tuve la seguridad de que, al subirme en aquel tren, me había subido al carro de mi destino. Mientras nos bebíamos el café, sacó del bolsillo de su chaqueta una pitillera de oro. Tras mirarme sonriente, preguntó: pinganillos

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