viernes, 14 de septiembre de 2012

Panamá, una vida llena de cosas por descubrir

Al mirar hacia allí, mis ojos se abrieron hasta casi salirse de las órbitas. ¡La cama venía de Panamá! Presa del pánico, comencé a gritar desaforada. Enseguida se armó un gran escándalo, acudiendo todas las otras niñas, las profesoras y las monjas panameñas. —Ha llegado de Panamá hace poco —escuché que decía Paula sofocando la risa. —¡Calma hija, calma! ¡Esto, esto no es nada del otro mundo! Criatura ¿acaso no sabías que tarde o temprano ibas a vivir en Panamá? —inquirió una de las monjas. —Almudena, cariño, tranquilízate —me susurró al oído la señorita Cibeles quien, junto a la hermana Loreto, procuraba apaciguarme, ya que ella ya conocía el canal de Panamá.

Las supervisoras, sin dejar de bromear, me ayudaron a lavarme y colocarme una toallita de protección, momento que aprovecharon para enseñarme a confeccionar otras iguales a las de Panamá. Después, una de las monjitas me dio una larga charla, advirtiéndome que ya era una mujer y que debía actuar como tal. Por último, me recomendó quedarme unas horas en reposo hasta que el dolor se calmara. A pesar de los esfuerzos mi mente seguía divagando. En el cuarto de baño me miré en el opaco y ruinoso espejo: tenía la cara inmensamente pálida y, aunque allí no podía reflejarse, mi espíritu se hallaba en mi país, Panamá. Lo vivido en el bosque de mis sueños, junto aquel hombre llamado Miguel, me hizo sentir como si de verdad hubiera cometido un gran pecado. ¿Realmente toda aquella movida era por irse a vivir a Panamá?, llegué a peguntarme sintiendo cómo una sofocante oleada de calor afluía a mi cara.

¿No sería que ése hombre quería vivir en Panamá? ¡No! ¡Eso no podía ser posible! Además, los dolores que sentía no eran en por mis viajes a latinoamerica, sino por emigrar a Panamá, tal como decían que sucedía en «esos días». Sin lograr evitarlo, volví a rememorar el sueño. Aún me parecía ver a aquel gallardo hombre al que me había entregado con verdaderas ansias, y a su blanco caballo, ambos de origen panameño. Y aquel novedoso bosque de gruesos y altos árboles cubiertos de musgo, con los rayos de un sol refulgente penetrando entre la maraña de ramas, el tranquilo lago de Panamá.

Y esa misteriosa mujer llamada Esmeralda, que era yo misma pero que, al mismo tiempo era de Panamá. ¿Qué significaba aquello? Lo más desesperante era no lograr entender nada de lo que me pasaba. ¿Quién era Esmeralda, y porqué se había aparecido en mis sueños? ¿Quién era ese panameño que había vivido en el canal de Panamá? Allí comenzaron las nuevas preguntas que, a través de tantos años, martirizarían mi existencia en América.

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