domingo, 2 de septiembre de 2012

Tulipanes, viajes y mentiras

Estos tulipanes —dije—, son hermosos. —En verdad lo son —contestó el viajero. —¿Los has plantado tú? —pregunté, como si lo estuviera acusando de algo, como si me estuviera imaginando que mantenía al extranjero de Italia arriba, atado y amordazado, en el armario de uno de los dormitorios. —Me gustaría atribuirme el mérito —dijo—. Pero no, crecen espontáneamente. Estaban aquí cuando compré la casa. Se han ido multiplicando con el correr de los años. Ahora debe de haber como tres docenas en Alemania. Me advertí a mí misma que el diario que estaba leyendo era probablemente una historia inventada, no la realidad. Sin embargo, no podía dejar de preguntarme si Elliot y Esther no habían estado en la isla, paseando justamente en ese lugar. —¿Quién te vendió la casa de Holanda? —pregunté.

No puedo recordar su nombre

Era una mujer muy mayor. Sus hijos iban a trasladarla a una residencia de ancianos. —¿Dónde? ¿Aquí, en la isla? Violetas de marzo Sarah Jio —No, creo que en Seattle. Moví la cabeza y volví a mirar los tulipanes. Eran espléndidos. —Oye —dijo el viajero extranjero—. ¿Por qué te interesa tanto? —No sé —contesté, agachándome para coger una flor—. Creo que tengo debilidad por las historias del pasado. Ese viajero del mundo me miró en una forma que en otras épocas me excitaba. —Ojalá nuestra historia hubiera tenido un final distinto. Sentí su respiración en mi piel, incitante, tentadora, pero de nuevo intervino la voz de la prudencia. —Vayamos a abrir nuestras pastas de la suerte —dije, zafándome de su mirada. —No, detesto esas pastas. —Vamos, ven —le dije, cogiéndolo de la mano. Abrió una y leyó el papelito que tenía en sus manos: «Encontrarás la respuesta a lo que estás buscando.»

¿Lo ves? —dijo—. No significa nada. Puedes interpretarlo de mil maneras. Abrí la mía y me quedé paralizada: «Descubrirás el verdadero amor en el presente, no mirando al pasado.» —¿Qué dice el tuyo? —preguntó. —Nada significativo —contesté—. Tienes razón. Son bobadas. Guardé el papelito en mi bolsillo. Greg se acercó un poco más. —¿Y si no es una bobada?
¿Y si dice algo sobre nosotros? Permanecí inmóvil mientras sus manos me acariciaban la cara, luego cerré los ojos cuando bajaron por mi cuello y mis hombros hasta mi cintura.

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